En colaboración con Bruno...
DIONISIO: Por Bruno
PERSÉFONE: Por Perla
Dionisio: El mundo vive lleno de vicios Perséfone, ¿qué te hace creer que él sería diferente? Los dioses ya ni siquiera tenemos que decidir por ellos, nuestros templos han sido derrumbados y sólo nos quedan las facultades inherentes a nosotros. Admítelo en esta competencia estás más que perdida, ya nadie cree en los valores que pregonas, ni siquiera tu propia madre los cree. Estará enamorado de mi seducción de mi temple alucinógeno y de mi moral inexistente.
Perséfone: Somos más que columnas de mármol. Terco hablas y necia te respondo ¿qué te hace pensar que el infierno es una moda, Dionisio?... O que tus uvas pueden con todas las flores de mi primavera. Nunca olvides que el calor del estío es acaso más embriagador que tu néctar venenoso… recuerda también que soy la mezcla perfecta. Por eso… él es mío por derecho, ¡porque quiere!… ¡y porque quiero!
Dionisio: El infierno es ya el propio cielo, el cielo es el infierno; sigues soñando en regir una retorcida utopía de flores plásticas y artificiales. Flores, uvas... íconos del pasado, anticuados, empolvados. Has perdido presencia, tú y tú flamante esencia se distingue bajo un hedor a muerte, a desdicha y a miseria. En cambio yo, soy el éxtasis, el ahora, el gozo, la perdición. Toda esta inmunda humanidad vive de mí, come de mí; lo hipnotizaré, le engañaré si es necesario, será el mío porque puedo, puedo darle todo lo que quiera y también lo que él no quiera.
Perséfone: Tú crees que tienes ventaja sobre mí por los siglos transcurridos… ¡Pobre Dionisio! Ni mi madre quien parió los campos y sus cosechas, ni mi marido el amo del mundo subterráneo, ni siquiera el propio Zeus, conocen los efectos intoxicantes de la mezcla suave de dos aguas, el espumoso y fétido líquido de la Laguna Estigia proveniente de lo más profundo del inframundo y la inmaculada, límpida y cristalina agua de la paradisíaca e idílica isla Arcadia. Solo yo que he probado ambas, solo yo que soy la mezcla exacta de ambos mundos, a pesar de la decadencia de los siglos y de los milenios, silenciosos pero jamás imborrables…
Entonces Dionisio remontó el mundo, haciendo uso de su omnipresencia para adueñarse de su entorno, se volvió sus amigos, su familia. Se metía a su cuarto a llenarle la cabeza de las pesadillas y malos sueños donde el dios lo salvaba. Ulises necesitaba depender del dios: de su fiesta y su algarabía, dinamitó sus principios, hizo mella en sus valores lo despojo de sus defectos y virtudes; lo invistió de arrogancia donde todo giraba alrededor de Dionisio y le dio a Ulises placer a raudales, riqueza a manos llenas, no había nada que el mortal no pudiera desear, soñar y ser concedido al instante, había que reconocerlo ese mortal poseía la felicidad de cualquier otro.
Dionisio había destruido todo en Ulises. Cualquier cosa que él deseaba el Dios se lo conseguía, todo el éxtasis, toda la felicidad, todo lo que antes solo era anhelo, ahora era una realidad extraordinaria. Una realidad que con el paso del tiempo se transformaría en hastío, todo lo que tocaba Ulises se convertía en oro y eso comenzaba a ser asfixiante… ¡En oro!... ¡Como Midas! recordó su famoso error la deidad… Así como recordó el desenlace de la pérdida de todo lo que amaba. La historia trágicamente se repetía, pero esta vez no era con alguien a quien el Dios le debía un favor… Ahora sería aquel mancebo quien lo mortalizaba con su besos quien sufriría las consecuencias de su soberbia…
Perséfone: Aquí estamos nuevamente, frente a frente, hermandados en odio y lujuria. Has destruido lo que decías amar y tu soberbia se fue en contra tuya, pues no sabrás jamás sí Ulises siente más pasión por ti que por su flamante Ferrari cromado, sí prefiere tus caricias a las adulaciones de los tontos que antes lo rechazaban, ó sí antepone el poder que ahora ostenta, al calor de tu piel inmortal. ¿Crees que porque ha caído en tus trampas te ama a ti? Es un simple mortal, no lo olvides, tan vulnerable a tus artificios… como a los míos… ¿Te ríes acaso hijo de Sémele?... Sí no me crees pregúntale a él cual es su nuevo juguete. No es una mujer, ni un hombre... Dinero vulgar, armas de fuego, ¡Dominio absoluto! Es al juego del poder con el que Ares engalana mi estrategia.
Dionisio: Haz tu movimiento mujer de corazón negro y aura blanca, demuéstrame que esa caprichosa invención del cosmos llamada amor puede contra mi temple y mi orgullo. Lo he elevado a nuestra visión, colmándole más de lo necesario, es ahora un objeto de devoción entre nosotros mismos. Anhelo ver tus intentos por cortejarlo, seducirlo y conquistarlo; más te aviso que infructuosos han de ser. Ansío ver su desprecio en tus ojos, ver cómo te engulle el alma y me la ofrece; yo soy su TODO, su propio universo.
Perséfone: ¿TODO, dices?... Lo que llamas su “todo” se define como embriaguez. De la resaca yo me encargaré Dionisio, después del despertar con aquel sabor amargo que dejan tus huellas, mi función será el endulzarle con toda mi esencia de hierbas veraniegas y frutas tropicales… ¡Volverá a mí!… ¡buscándome a mí!… así tenga que ser guiado por el mismo Caronte que a través del Estigia lo conducirá hasta mis aposentos. Después de no haber librado ni él, ni sus dominios terrestres los embates que con la ayuda de Ares y sus manipulaciones bélicas destruirán cada rincón de su orgullo maltrecho, enredado con el tuyo. Entonces mi aura y mi corazón serán uno mismo fundidos en su dulce nombre… Ulises…
Dionisio: Infame, víbora gorgónica entre los dioses. ¿Cómo osas desafiarme a mí? Me he enfrentado a Hades y he salido airoso, pero si así lo quieres adelante. Mis ménades, mis sátiros están listos enfundados en trajes sastres y miradas coquetas, dispuestos a sobajar tu nobleza; resisten mil flechas de devoción y son inmunes a la bondad. Matan sentidos y emociones por placer, dejan sólo un armazón biológico, devorando esencias a su paso. No temen a la muerte porque el miedo es también un sentimiento y desconocen todo eso.
Y así sucedió, el sol se eclipsó de súbito invadido por una completa oscuridad que solo se iluminaba por el resplandeciente fulgor del fuego. Los implacables cañones, como enormes guerreros de metal escupían terror por donde pasaban, gruñendo como animales heridos aullando su dolor. Enormes estruendos estremecían los monumentos modernos y antiguos que uno a uno se desmoronaban. Las balas como flechas mortales de Ares, silbaban por doquier, alcanzando a cuanto mortal se atravesaba por su camino. Las barcas de Caronte se saturaban de día y de noche. Y la reina del inframundo no permitía el paso a una sola alma sin antes buscar ella misma a su amado mortal. Pero era inútil, los días pasaban, lo meses transcurrían y Ulises no pisaba el Tártaro.
Las tormentas no daban tregua a los ejércitos, mi madre trataba de hacerme entrar en razón, pero con una simple orden quemaba las cosechas de los humanos, mis generales hedían a muerte, y yo la señora de las sombras montada en mi Cerbero iba y venía entre el inframundo y la tierra; recibía los espíritus de las criaturas de Artemisa; Hades rumiaba de celos pero no se atrevía a contradecir mis órdenes. Volcanes brotaban aquí y allá, igual que hace años, se repetía la tragedia del Vesubio, en el piso sólo quedaba desolación y pesar; las ánimas desencadenadas del averno comían humanos y seres míticas por igual y se deshacían entre flechas de luz forjadas por el mismísimo Hefesto, apreté los puños una vez más y con cabeza altiva pensé: eres carismático Dionisio, pero no lo suficiente.
Perséfone: De nuevo aquí, en un día sin tiempo, en la eternidad; empatados, resignados, castigados… condenados a jamás tenerle, a siempre buscarle sin encontrarle. La equidad de Zeus se hizo presente poniéndole fin a nuestra disputa de un solo tajo. Ni cuerpo ni alma, ni flores ni uvas, ni algarabía ni infierno, ni amor ni guerra… ó quizás… Todo a la vez, fraccionando su existencia, para disfrutar de su efímera esencia, arrebatándonos por siempre su presencia. Ni tú, ni yo… Otorgándoles el honor a las musas que locas de contentas no despilfarraron el trofeo. La flauta de Eutorpe entonó suavemente, aprisionando la voz de Ulises bajo sus notas… los suaves y rítmicos movimientos de Terpsícore recordaban el ágil andar del mancebo… Calíope escribió su nombre en el viento, para que cada poeta que el aire tocara, su nombre en lamentos de amor mencionara… Talía al verlo, esculpió en su rostro la más hermosa sonrisa, esa que se quedaría para siempre en la eternidad al escucharse alguna risa cantarina… la paciente Clío, ella se encargaría de inmortalizar su nombre en una odisea…. Ulises, ah Ulises… lejos de tú mano y de la mía… y la burlesca ironía, que le da pertenecía de nuestro amado, incluso al aire…
Dionisio: Tétrico, irascible, cruento final y trágica traición. Yo que sólo jugaba con la vida, que me burlaba del destino y le hacía muecas al espíritu he de no tenerlo a él; relevado por las musas no puedo hallarlo sino en el recuerdo, veo el pozo de la soledad a mis antiguos amantes; todos muertos en el exceso, acometidos siempre por un orgasmo de inspiración que no supieron plasmar. Mi Ulises.... ¿qué miras Perséfone? ¡Qué gusto es para ti el verme arruinado!.... Nunca fue un instante más magnífico, nunca la eternidad me había dolido tanto. Las musas, lo han destazado tan hermosamente que temo verlo completo de nuevo, lo vi perder su forma, su elegancia. ¡Cuánto amabas tu ese lunar en su espalda Perséfone, cuanto amaba yo hundirme en sus cabellos negros y dormir! Zeus fue tan justo como cruel con nosotros, que resuene de nuevo el eco de las arpas, de las guitarras, del coro del placer. Estás invitada a la fiesta más majestuosa que jamás he dado: el vino tendrá su sabor, las uvas tendrán su forma, la música será su voz y la voluptuosidad intentará inútilmente emular su cuerpo. Él tiene la trascendencia de todo mortal y nosotros tenemos su recuerdo… por siempre su recuerdo....y al despertar seremos dioses de nuevo, caprichosos e indulgentes hasta que nos encontremos como nunca, como siempre.
Gracia a Bruno por la idea, por la confianza y por la invitación. Fue un honor tener tan digno rival