Temía tanto que llegara el momento, como el día al ocaso, lo que inicia a lo que acaba; pero era ya inevitable, sabía lo que me esperaba. No sería agradable volverte a ver, la culpa me consumía.
Y ahí estábamos de nuevo, frente a frente, mirándote por fin a los ojos, esos ojos que no parecían los tuyos, eran tan… distintos, opacos, tan vacíos, sombreados de oscuridad. Me observaban con curiosidad y desconfianza… ¿No me reconocías? Creo que me pasó lo mismo ¿Dónde habría quedado ese brillo que deslumbraba?... dolía tanto y de tantas formas que laceraba el alma hasta carcomerla. Te sorprendió tanto mi reacción como a mí. Pensé que ya no tendrías más la capacidad de derramar lagrima alguna, me equivoque otra vez. Cada surco de humedad me reclamaba una promesa no cumplida, una ilusión rota, un sueño truncado. Había tantas disculpas que pedir, que no supe comenzar, no supe explicarte nada…
Una mueca se dibujó en ese pálido rostro y observé tus labios sin color, sin humedad, pero esperanzados aún… un respingo de tu nariz acompaño al ceño fruncido que agrietó tu frente como un muro viejo y descarapelado, hubiera soltado una carcajada de no ser por el reflejo de aquella mirada devastada.
Nada que decir, al menos no con los labios; esta vez fueron mis ojos los que hablaron, tanto dolor, tanta melancolía, tanta culpa. Ni disculpas, ni resignación. Lo comprendiste lo sé, porque sonreímos al mismo tiempo.
¿Seguimos siendo los mismos? No lo creo, antes los hoyos no eran zanjas, ni las lluvias tempestades, ni las escaramuzas batallas...
Éramos los mismos sí pero, con tantos pendientes. Te había quedado tanto a deber…tal vez por eso no te había vuelto a buscar, no era capaz de pagar mi deuda, como el cobarde que huye para no enfrentar su villanía.
Se te agotó la paciencia, lo supe. Tu mirada se encendió esta vez, decolorando el vacío, ¿que dibujaba ahora? ¿furia, tristeza, decepción? No pude más y de un golpe seco... rompí el espejo.