Cuando mi buen amigo Bruno me hizo favor de invitarme a colaborar a la realización de un proyecto literario ("RAGNAROK", Próximamente), y después de pasar un buen rato planeando acerca del tema, los personajes y la trama a desarrollar, elegimos como tema la mitología clásica, y a los propios dioses como protagonistas. Bruno no dudó en elegir a Dionisio, el inherente Dios del vino. Mi decisión en cambio no fue tan instantánea, a mi me llevó solo un poco más de tiempo. Necesitaba una deidad que me diera matices lo suficientemente complejos pero al mismo tiempo interesantes, que me sirvieran para aplicarlos al proyecto.
Después de un rápido balance mental, acerca de las cualidades, características y defectos de las diferentes deidades no tardé demasiado en dar con Perséfone (Proserpina, como se le conoció en Roma) Con aquella riqueza psicológica, sensitiva y sensual.
¿Se pueden imaginar que la Diosa de la primavera, del renacer de las flores y el rocío del bosque al mismo tiempo reinara las almas putrefactas que penan en el inframundo? ¿Hay algo más atractivo que eso?
Pero vayamos por partes, y veamos porque Perséfone cuenta con dos caras arquetípicas, la de la niña ingenua e inocente, y la de la mujer, dominadora reina del inconsciente y la sexualidad.
La diosa creció siendo una doncella dulce e inocente, protegida por su madre Deméter, diosa de la fecundidad, de la tierra y la agricultura y rodeada de ninfas con las que jugaba entre risas, cantos y bailes. Un día recogiendo flores por el campo, fue arrebatada violentamente por Hades, el Dios del Inframundo, que para su mala suerte pasaba por ahí justo cuando la juvenil diosa, colmada de la gracia y belleza que él jamás poseería se enamoró de ella instantáneamente, y no se detuvo para preguntar sí lo aceptaría o no, simplemente la deseó y la obtuvo.
Fueron días muy duros para Perséfone, que vio desaparecer todo aquello que amaba: las flores, el verdor del césped, las gotas de rocío con las que lavaba su cara al salir el sol... Al principio se mostró reacia incluso a entablar ninguna conversación con Hades, y se escondió en su mundo de recuerdos, pero según pasaban los días el enfado y la negación dieron paso a una resignación triste.
Su madre en cambio no daba tregua, buscándola de día y de noche, y furiosa al enterarse del rapto, abandonó la tierra que sin su presencia se quedó estéril y vacía, nada crecía ya en ella. Hasta que Zeus decidió tomar cartas en el asunto, interfiriendo con Hades, para que devolviera la hija a su madre. Pero ya era demasiado tarde, Perséfone ya se había casado con el dios de los infiernos, y lo peor, había comido de la granada en el banquete de bodas sin saber que esa era la fruta del inframundo, y que la retendría allí para siempre.
Deméter no se amedrento y se apersonó en el propio Tártaro para reclamar a su hija, acompañada de Zeus que se preocupaba al ver que la tierra agonizaba sin la intervención de Deméter. Fue así como sin lograr que la liberara, llegaron a un acuerdo, Perséfone pasaría medio año con él en el mundo de los muertos, y el otro medio con su madre, bajo el sol, y esta solución intermedia fue la que finalmente aceptaron todos, llegando Perséfone a reinar junto a Hades (y se cuenta que a interceder por los vivos en más de una ocasión) la mitad del año en que vivían juntos.
Es por esto por lo que la mitad del año, todo florece y llega la primavera, personificada en Perséfone, y la otra mitad, aquella en que vuelve al hogar de Hades, llega el frío, las lluvias y las nieves, ya que ella ha marchado y su madre la extraña y llora, regando los campos con nieve y hielo.
Exquisita dualidad, siendo la doncella dulce y sensual, pero inconsciente de su sexualidad, divertida y romántica, pero sin metas claras. Soliendo ser siempre victima de su receptividad, pero sin saber defenderse, se mantiene pasiva.
Sin embargo, la niña eterna se convierte en la heroína de su propio mito. En algún momento en que será secuestrada por Hades, el dios subterráneo, y bajando a los infiernos se vio obligada a crecer. En algún momento del proceso se pone en contacto con su inconsciente.
Si logra tocar fondo emerge una nueva mujer; La Reina del Submundo, conocedora de riquezas, capaz de analizar sueños y de guiar a quienes descienden a las profundidades de este universo.
¿Y que hay también de la alegórica "GRANADA"? aquel fruto que bien podría ser símbolo del AMOR… Dulce, adictivo, nos envuelve, nos hace felices pero...nos atrapa, haciéndonos siempre dependientes de él y de todas sus consecuencias…
...“Me gusta el dulce sabor de aquella fruta... la granada, tramposo sabor de pertenencia...quien prueba la granada...no podrá abandonar el Infierno Jamás. Sí lo sabré yo” Perséfone. ¡Ah!...¡Como me recuerda eso al AMOR!...
Así es ella... Perséfone, La más completa de las Diosas, y diría yo, la metáfora del mujer ideal.
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